Desde pequeños a la mayoría se nos condiciona a recibir
recompensas por hacer, lo que de hecho debemos hacer, algo así como, propinas de
la vida cotidiana.
La estrellita en la frente, el dinero en domingo, el premio
por una buena calificación, el regalo de navidad por según portarse bien, el
cuadro de honor, etc., cosas que nos condicionan y de a poco nos convencen de
que de alguna manera somos mejores que los demás.
Para los que siempre nos portamos bien y nunca esperamos
recompensas de más, eso no vale nada,
pues el reconocimiento venido de la gente que realmente no nos conoce no
vale, es parte de un sistema hipócrita de acciones repetitivas y tradiciones
anquilosadas, que se lava en salud con algún pedazo de papel o un pedazo de
metal, sin importarle realmente la historia de quien lo gano, porque en general
es como el premio que se le da a un cachorro por dejar de hacerse pipi en el
tapete, por otro lado el reconocimiento de la gente que nos conoce, pero que
nos reconoce solo porque tiene un beneficio ulterior tampoco es mejor, te lavan
el coco, te dicen lo que quieres oír para que sigas haciendo lo que les conviene
o lo que no quieren o no pueden hacer y
si eres lo suficientemente bueno, hasta pueden soportar y solapar todos tus
defectos y tonterías.
Además por si eso fuera poco, conceptos como confianza,
lealtad, responsabilidad, amistad, compañerismo y compromiso son tergiversados
para hacernos sentir excluidos o integrados, superiores o inferiores, buenos o
malos, eficientes o ineficientes, haciéndonos competitivos pero no
necesariamente competentes y empeñar la vida en el intento por complacer todas
estas expectativas conformadas por una simbiosis enfermiza, por un toma y daca
de eternos “me debes y te debo”, sin importar mucho el deber original y a costa
de todo.
A lo largo de la vida esos falsos reconocimientos, trofeos,
medallas, placas en algún edificio, notas en algún periódico etc., se olvidan y
a través del tiempo solo nos sirven como suvenires de nuestra propia vida,
recuerdos arrumbados o exhibidos en algún lugar para ver lo que fuimos y darnos
cuenta de todo lo que invertimos para conseguirlos, para que de todas maneras llegue
el día en el que a nadie le importe un pepino.
De qué sirve tener un papel que diga que somos los mejores
si tarde o temprano eso va a caducar, de que sirve creer que somos
indispensables porque alguien más lo diga o por mera arrogancia si a la menor
provocación y por cualquier viento en contra mas allá de las palabras, te das
cuenta de que en el fondo, eso no es cierto, porque realmente todos somos
desechables cuando ya no somos útiles y a la hora de ponernos la pijama de madera, nos vamos sin
nada; sin más, la vida sigue y el mundo sigue girando.
La sociedad nos decepciona una y otra vez, y cada vez menos gente
hace las cosas sin esperar nada a cambio, por el simple hecho de que es nuestro
deber o por sentirse bien con uno mismo y de manera integral, el único reconocimiento que importa es aquel
que es silencioso, una sonrisa, un gracias, un te ayudo, tocar una vida para
bien, momentos en familia cosas así.
La vida es mucho mas que una eterna competencia